
22 Sep Enfermedad de Alzheimer: conceptos, características y líneas de intervención
El proceso de envejecimiento es diferente para cada persona. A medida que cumplimos años, van a darse cambios a nivel físico y mental que pueden, o no, ir asociados a algún tipo de enfermedad neurológica. En otras palabras, envejecer o tener pérdidas de memoria no implica que vayamos a padecer demencia.
Existen mitos asociados a la enfermedad de Alzheimer que vamos a tratar de resolver en este artículo. El más común es confundir demencia y Alzheimer. La demencia es un conjunto de síndromes clínicos que interfieren en la vida de la persona y limitan su calidad de vida. Esta sintomatología se produce por diversas causas y provoca un deterioro a nivel cognitivo, emocional, conductual e incluso a nivel de personalidad. Por otro lado, hay demencias reversibles y otras, como el Alzheimer o la demencia vascular, que no tienen cura.
¿Qué es la enfermedad de Alzheimer?
El Alzheimer es un tipo de demencia que por si sola ocupa más del 50% de los tipos de demencia. Comúnmente, se asocia a pérdidas de memoria, no siendo este el único síntoma ni el que más afecta a la vida de la persona y su familia. No en todas las personas aparecen los mismos síntomas, ni al mismo tiempo ni con la misma intensidad. Se dan cambios a nivel cognitivo, emocional, funcional y conductual.
A nivel cognitivo, además de las pérdidas de memoria, se puede dar desorientación en espacio, tiempo y persona; disminución de la capacidad de atención y concentración, afectación del lenguaje: se empobrece el discurso y el vocabulario y hay dificultades para
iniciar y mantener conversaciones. En etapas avanzadas pueden aparecer afasias y otras afectaciones graves. Asimismo se observa menor iniciativa y mayor dificultad en la toma de decisiones.
A nivel funcional se va observando cada vez mayor dificultad para realizar de forma autónoma las actividades instrumentales y las actividades básicas de la vida diaria. La sintomatología asociada al Alzheimer también conlleva cambios en la personalidad y en la forma de afrontar el día a día. Se tiende a exacerbar la personalidad de base. Por lo general, la persona inhibe menos los impulsos y tiende a irse desconectando poco a poco del entorno. En muchos casos, las personas diagnosticadas con esta enfermedad comienzan a mostrarse más suspicaces, menos decididas, con mayor apatía y desinterés.
A nivel conductual se manifiestan también perseverancias, irritabilidad, deambulación errática, e incluso en fases más avanzadas puede aparecer estados de agitación y agresividad. La enfermedad puede cursar con: delirios, alucinaciones, ideas obsesivas, alteraciones del estado de ánimo, alteraciones del ciclo del sueño y apetito, ansiedad.
¿Hay conciencia de la enfermedad?
Sabemos que hay percepción por parte de la persona de que algo le está ocurriendo, y ello, en muchas ocasiones, lleva a frustración (“tengo la cabeza perdida”). Hay personas que pueden preguntar y querer saber su diagnóstico y otras que pueden tener miedo a saberlo. Algunos familiares desarrollan una protección hacia la persona diagnosticada y ocultan el nombre de la enfermedad. Observamos mayor conciencia de la situación en personas que están siendo diagnosticadas a edades más tempranas, posiblemente asociado a un mayor nivel educativo y mayor sensibilización sobre el tema en la sociedad.
Para finalizar, esta enfermedad no siempre está asociada a tener una edad avanzada. Por ello es tan importante la detección precoz para intervenir de forma temprana y estimular las capacidades para fortalecerlas y mantenerlas en la medida de lo posible. Además de la importancia del tratamiento farmacológico, hay evidencias de la eficacia de como las que se aplican en nuestra residencia. Se utilizan recursos como la música, plataformas digitales interactivas, muñecos, animales y otras herramientas para intervenir en las áreas cognitivas, emocionales, funcionales y sociales de la persona.